En esta comedia de Aristófanes, existe una expresión de Dioniso que me parece muy adecuada para recorrer la historia de lo literario. El dios dice: «No vivas mi pensamiento, que tienes vivienda propia». La diferencia no solo que es una característica inevitable dentro de la literatura sino que, por encima de todo, es algo necesario. Por tal razón, Aristófanes elige los extremos para su diálogo metaliterario y excluye a Sófocles, pese a que, según Aristóteles, su tragedia Edipo Rey sobresale entre todas las demás. En cambio, Esquilo y Eurípides presentan la posibilidad de enfrentar dos posiciones estéticas, ambas de alta calidad. Si en un principio Dioniso pensaba llevar a Eurípides de regreso a Atenas para renovar la tragedia (afectada por la palabrería de Jenocles, Pitángelo y otros más) después de la batalla de las Arginusas, conoce el orden del Hades, donde hay un trono para el mejor, y ese trono lo ocupa Esquilo. ¿Qué representa este tragediógrafo, asesinado por un quebrantahuesos con un certero disparo de tortuga? Eurípides le acusa de maquillar su obras con palabras pomposas salidas de su «presumida lengua». Esquilo responde llamando a Eurípides «coleecionista de estupideces» y «remendador de andrajos». El coro, a su vez, emite un juicio: Esquilo es majestuoso, mientras que Eurípides es sofístico. Pero lo fundamental de toda la discusión literaria se resuelve en dos aspectos: el peso de los versos y la capacidad educadora para hacer mejores ciudadanos. En el desarrollo de la literatura se ha dado siempre la oposición entre corrientes a partir de sus perspectivas respecto a ambos temas: renacimiento y barroco, clacisismo y romanticismo, modernismo y posmodernismo. ¿Necesitamos, al modo de Dioniso, «pesar el arte de los poetas igual que el queso en el mercado»?
Esquilo
Eurípides
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