Pedro Olalla


Concuerdo con Pedro Olalla en ver con preocupación los recortes presupuestarios a las humanidades y veo en ello un peligro para el pensamiento (él llama a esto una acción para atajar la disidencia). Sin embargo, considero que, asimismo, las humanidades no pueden apartar de sus propuestas de enseñanza aquello que es diferente, aquello que no entra dentro de sus rígidos planes académicos. En ese sentido, me ha sorprendido cómo son los syllabus de los cursos de escritura creativa de Junot Díaz, un escritor fabuloso, autor de La maravillosa vida breve de Óscar Wao, novela laureada con el Premio Pullitzer. Junot Díaz combina la lectura de Bram Stoker con la de Octavia Butler y como prerequisitos para su curso de "World-Building" pide haber visto la saga completa de Star Wars y la trilogía de El señor de los anillos. En su curso "Advanced Fiction", la heterogeneidad es impresionante: Bolaño, NoViolet Bulawayo, Julie Otsuka, Edwidge Danticat, Eric Gansworth, Yiyun Li y George Saunders. En mi experiencia universitaria he podido leer, y con gran placer, muchos autores ya consagrados. Lastimosamente, solo puedo mencionar unos pocos escritores rescatados del Leteo de la cultura occidental. Quizá por eso me ha gustado Kadaré; porque, aunque ya tenga una gran reconocimiento, de su obra no se suele escuchar mucho en Ecuador. En esa misma línea, quiero leer a Clarice Lispector. Pero ambos tienen ya su lugar en el centro del mapa literario. Posiblemente en las periferias existan novelas, poemas y cuentos igual de importantes, esperando un lector. Eso me preocupa mucho. ¿Hasta qué punto es válido seguir leyendo lo que ya se conoce, transitar los mismos caminos? No digo con esto que la Ilíada y la Odisea deban ser eliminadas del plan de estudios. Digo que puede haber maneras alternativas de releer estas composiciones monumentales y necesarias; leerlas junto con poemas de personas que viven la guerra y el exilio en el mundo contemporáneo: palestinos, sirios, colombianos refugiados, mexicanos deportados o aislados en ese laberinto que es Ciudad de México. Hace un año volví sobre Revoluciones de J. M. G. Le Clézio: lo que me sorprendió de esa novela es la capacidad para desplazarse por regiones tan disímiles como Londes y la Isla de Mauricio, París y México D. F. Aspiro a que la literatura y su estudio sean así.
Por otra parte, llama mi atención la importancia que tuvieron para los griegos elementos que parecen superfluos de tan cotidianos: el olivo, la vid, trigo. Dice Olalla que los helenos hicieron de ellos una cultura. Cultura caracterizada por la seducción de sus mitos, por una geografía donde se combinaba lo humano y lo divino (lo cual integraba al hombre en la armonía de la Naturaleza), por una permanente actitud abierta al asombro (la escucha como forma de relacionarse) y a la duda. Me queda la curiosidad de saber si en realidad fue, como afirma Pedro Olalla, una civilización alegre e inocente. Tampoco sé con certeza si puede considerarse una pérdida el tiempo que transcurrió entre los griegos y los renacentistas. Descreo del oscurantismo; armado con el escudo de Umberto Eco y la espada de Joyce defiendo la Edad Media. Creo, por otra parte, en el valor que los griegos dieron a cada ciudadano; desconfío, en cambio, de la esclavitud y del rol secundario de las mujeres; confío en el empeño de algunos esclavos y mujeres por pensar y actuar fuera de esa opresión; amo la lengua más vital de todas; también amo las lenguas bastardas: el español, ese "latín degradado", que decía Borges.

No hay comentarios:

Publicar un comentario